Editorial POLEMOS
VERTEX - Revista Argentina de Psiquiatría
  Volumen VII— Nº23
Marzo/Abril/Mayo 1996


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  • SUMARIO:
    • Dossier: “Suicidio"
      Escriben: Albamonte / Cordero / de la Cruz / Espector / Matusevich / Sarró / Serfaty


    • Introducción

      La reprobación social ha estigmatizado desde siempre la muerte voluntaria. En la Edad Media se castigaba el cuerpo de los suicidas, e, interpretando el gesto autolítico como un insulto a Dios, el cristianismo le negaba sepultura en camposanto.

      Desde mucho antes, en el seno de la filosofía griega y romana el debate sobre el derecho y la oportunidad de salir de la vida por mano propia fue motivo de apasionadas controversias. Por intermedio de las traducciones de Tito Livio, Séneca, Plutarco, Plinio,… el público del Renacimiento tomó contacto con los suicidios heroicos de la Antigüedad. Desde fines del siglo XIV reaparece un conflicto de valores cuyos argumentos llegan hasta hoy. Petrarca en su De remediis utiliza el diálogo alegórico entre Dolor y Ratio para exponer los argumentos antiguos contra el suicidio: no tenemos derecho a desertar, debemos enfrentar las dificultades, la vida nos es otorgada por Dios, matarse es olvidar nuestra naturaleza propia, el rechazo a la existencia es indigno, quien se mata es un cobarde. En 1600 Shakespeare plantea la pregunta fundamental: Ser o no ser. En 1642 en su Religio medici Sir Thomas Browne acuña el neologismo suicidio bajo su forma latina (sui: de sí mismo; caedes: asesinato). Desde la perspectiva teológica se profundiza la satanización del acto autoagresivo: es el Diablo quien empuja al desesperado a darse muerte.

      De Montaigne a Bacon, los humanistas viven una primera revolución cultural y empiezan a discutir, aunque aún tímidamente, la prohibición cristiana.

      En el siglo de las Luces el debate se desliza de la moral a la medicina.

      La locura, siempre invocada como la instigadora del pasaje al acto, entra plenamente en escena. La etiología de la melancolía explicada por la teoría humoral en la tradición médica encuentra un hito fundamental en la Anatomy of Melancholy de Burton y se continúa en los siglos XVII y XVIII en los escritos de numerosos autores médicos.

      En el siglo pasado el suicidio romántico, prolonga la larguísima saga del tema en la literatura de todos los tiempos y el Estado burgués despenaliza el suicidio pero lo desaprueba: el ciudadano debe conservar la vida para consagrarla al servicio de la Patria. Emil Durkheim el primero que señala la estacionalidad y la contagiosidad del suicidio, marca, con su tesis de 1897 la reflexión actual sobre el tema.

      El Psicoanálisis profundiza poco la explicación clínica del fenómeno y la Psiquiatría luego de sus conocidas acusaciones a la degeneración mental, se extiende hasta nuestros días en una literatura tan extensa como en su mayoría poco profunda sobre el mismo. Aparece así una descripción que diferencia el acto suicida como voluntad determinada de darse muerte de la tentativa de suicidio, entendida ésta como dramática llamada de auxilio dirigida al entorno. Surgido el concepto de proceso suicida, la línea de demarcación entre el que se suicida, el que piensa en ello y otras conductas de riesgo o de autoagresión que han dado en llamarse equivalentes o para-suicidios, se esfuma.

      En un intento de abarcar todo ello, Haenel y Pöldinger acuñaron el término suicidalidad (el neologismo castellano es nuestro) para designar al "potencial de todas las fuerzas y funciones psíquicas tendientes a la autodestrucción".

      El presente Dossier intenta acercar información sobre el dramático gesto de darse "muerte a sí mismo" que como señala agudamente Georges Minois, navegando entre las insuficientes explicaciones de la medicina y el psicoanálisis, escrutado incesantemente por la literatura y el audiovisual, analizado por la ética y la teología, sigue constituyendo uno de los últimos temas tabú de nuestra época.

      Ser o no ser, he allí la cuestión:
      ¿Es más digno para el espíritu sufrir
      los golpes y avatares de un destino infame
      o rebelarse contra la marea de desgracia
      y ponerles fin con el rechazo a la vida? Morir, dormir,
      no más, y gracias al sueño decir hemos terminado
      los tormentos y los miles de agresiones
      que afligen nuestra condición. Es el final.
      Lo más deseable morir, dormir;
      dormir! Pero entonces, quizás soñar: Ay,
      he allí el obstáculo.

      Shakespeare, Hamlet, III, 1.