![]() | Volumen XVIII - Nº 76 Noviembre – Diciembre 2007 ![]() |
¿Una nueva etapa política en nuestro país? ¿Continuidad? El futuro inmediato lo dirá. Hay pronósticos agoreros, hay pronósticos triunfalistas, hay indiferencia en los actores sociales. No puede concebirse la Salud Pública si no se lo hace en el marco de una Política de Salud Pública. Los problemas que se presentan en esa área son, como es bien conocido, de larga data y por demás acuciantes. Al abrigo de medidas asistencialistas de emergencia tomadas después de la catástrofe socio-económica del 2001, y según algunas cifras estadísticas, ciertos indicadores han mejorado en el pasado inmediato. Pero, las soluciones de fondo siguen esperando su turno para entrar en la agenda del Estado. La Salud Mental es una de ellas. El panorama que se observa en ella es en extremo deficiente. Es cierto, que hay iniciativas en algunas provincias que arrojan resultados promisorios y que, fruto del trabajo encarnizado de equipos dispersos en nuestra amplia geografía, se registran experiencias que deben continuar y desarrollarse. Pero, lo que está ausente es una política concertada a nivel nacional, dotada de los criterios y recursos necesarios para sostenerla en el largo plazo. Desde el Ministerio de Salud Pública se implementaron, inteligentemente, medidas y proyectos que han permitido ordenar y avanzar en algunos aspectos, pero la dispersión de focos de decisión provinciales no permiten ir más allá de directivas y campañas que, aunque pertinentes en muchos casos, no alcanzan a incidir en las realidades de base y avanzar, por ejemplo, en políticas de prevención más consensuadas y efectivas a la hora de actuar en la realidad. Y mencionamos un ejemplo sin olvidar todos los demás. La situación asistencial es también límite. Los estándares internacionales recomendados distan mucho de lo que podemos ofrecer en nuestros datos. La formación de recursos humanos es en extremo deficitaria. Las plazas de Médicos Residentes, retribuidas con magros salarios, son excesivamente escasas y persiste en la preparación racional de los futuros especialistas una metodología errática carente de una dirección clara respecto del perfil que se espera que tengan al culminar la Residencia. No hay, prácticamente, un formación racional de enfermeras/os psiquiátricos. Persisten instituciones de corte manicomial y se carece de medidas vigorosas para crear las alternativas comunitarias que acojan a los pacientes en su proceso de reinserción social. El control judicial de las internaciones, cuyo principal objeto es garantizar la seguridad y libertad de los pacientes se convierte frecuentemente en factor de rémora favoreciendo la prolongación de internaciones que no tienen justificación médica. Una legislación nacional adecuada a los recursos terapéuticos actuales sigue empantanada en discusiones y tironeos interminables, más basados en intereses sectoriales y corporativos que en dificultades conceptuales. Podríamos seguir enumerando muchos otros puntos a resolver con urgencia, directamente ligados con la calidad de la salud mental de la población tales como la salud en general, el derecho al trabajo limpio y legalmente registrado, la vivienda, la ecología urbana y la educación… Todo ello se agolpa en las expectativas que se mencionaban al principio. Esperemos, vigilantes, constructivamente y activamente comprometidos, que no se frustren otra vez. Sería inadmisible y de consecuencias catastróficas que así fuera. Juan Carlos Stagnaro |